“Porque en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28).
El Papa Francisco nos dice que, a través del maravilloso evento de la Transfiguración, los tres discípulos son llamados a reconocer en Jesús al Hijo de Dios resplandeciente de gloria. De este modo, avanzan en el conocimiento de su Maestro y comprenden que su aspecto humano no expresa toda su realidad. Ante sus ojos se revela su dimensión sobrenatural y divina. Desde lo alto resuena una voz que proclama: «Este es mi Hijo amado […]. Escuchadle».
El ser humano tampoco puede ser reducido a su apariencia externa. Jesús lleva a sus discípulos al monte para mostrarles que existe un conocimiento más profundo, sobrenatural y trascendente de su persona. La experiencia que vivieron Pedro, Santiago y Juan no fue solo para ellos: también nosotros estamos llamados a vivirla. Quiere enseñarnos a no quedarnos en lo superficial, en la percepción que nos dictan nuestros sentidos o nuestras opiniones. Nos invita a adentrarnos en el conocimiento de las personas, en la intimidad de sus almas.
El camino hacia el conocimiento del alma
¿Cómo llegamos a conocer el alma de los demás? Comenzando por el conocimiento propio. Orar es conocerse. Sí, la oración es la puerta para entrar en el “Castillo Interior”, como decía Santa Teresa de Jesús. A través de ella llegamos al verdadero conocimiento de Dios.
Quienes buscamos a Dios debemos, antes que nada, trabajar en reconocernos a nosotros mismos:
- ¿Qué inclinaciones dominan nuestro corazón?
- ¿Qué pensamientos ocupan nuestra mente?
- ¿Qué obras reflejan nuestras acciones?
De todo ello, lo bueno debemos hacerlo crecer y lo malo, arrancarlo de raíz.
Al tomar conciencia de mis actos, entro en contacto conmigo mismo y descubro mi significado. Saber quién soy me permite reconocer mi valor. El Padre nos dice en el Evangelio: “Éste es mi Hijo muy amado”, y a cada uno de nosotros también nos lo susurra en el corazón: “Tú eres mi hijo amado, tú eres mi hija amada”. Nos reconoce como sus hijos y nos exhorta a escuchar a Jesús. Este es el punto central para conocernos a la luz de la fe: escuchar al Señor, prestar atención a lo que nos dice a través de su vida y de las Sagradas Escrituras.
De esta manera, podremos unificar lo que sentimos, lo que pensamos y lo que vivimos, reflejándolo en nuestros actos de manera auténtica e integral.
El examen de conciencia: un camino de luz
“La tarea encomendada por la divinidad es el examen de sí mismo y de los demás para hallar el camino del saber y de la virtud.” – Sócrates
En este momento de silencio, podemos hacernos algunas preguntas que nos ayuden a reconocernos ante el Señor:
- ¿Manifiesto respeto y cariño a mis familiares?
- ¿Soy amable con los extraños, pero falto de amabilidad en mi familia o comunidad?
- ¿Tengo paciencia?
- ¿Permito que el trabajo absorba el tiempo y la energía que debería dedicar a mis seres queridos?
- ¿Deseo el bien a los demás o albergo rencores y juicios críticos?
- ¿He sido violento, ya sea verbal o físicamente?
- ¿He dado mal ejemplo a quienes me rodean?
- ¿Corrijo con cólera o injustamente?
- ¿Cuido mi salud?
- ¿Soy honesto en mis acciones y palabras?
- ¿He buscado mi comodidad personal olvidando mis responsabilidades?
- ¿He descubierto defectos ajenos sin justa causa?
- ¿He hablado o pensado mal de otros?
Señor, a pesar de que muchas de mis respuestas sean afirmativas, Tú me sigues amando y me muestras tu infinita misericordia. Me llamas hijo/a amado/a y quieres complacerte en mí. Conoces que mi debilidad y mi ignorancia muchas veces han sido más fuertes que mi voluntad.
Por eso, te pido que derrames tu Espíritu Santo sobre mí, para que pueda reflejar tu santidad en mi vida. Que crezca en el conocimiento propio y, algún día, alcance el conocimiento de la Verdad Plena: el conocimiento de tu rostro. Amén.
