“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.” (Juan 15, 13).

La Amistad Verdadera

C.S. Lewis, en su libro Los Cuatro Amores, describe la amistad como el amor más feliz y plenamente humano, una coronación de la vida y escuela de virtudes. Entre todos los amores, este parece elevarnos al nivel de los dioses y los ángeles. Pero la verdadera amistad exige honestidad, lo que implica bondad, paciencia, abnegación, humildad y, sobre todo, el amor de Cristo.

Vivimos en una época donde la amistad ha perdido su verdadero significado. La sociedad actual nos ofrece relaciones superficiales, inestables y sin compromisos, fácilmente desechables ante el menor desacuerdo. Las redes sociales han devaluado el término “amistad” hasta reducirlo a un simple botón de añadir amigo o bloquear, otorgándonos un falso poder de eliminar a las personas de nuestras vidas con un solo clic.

Esta visión distorsionada corrompe la dignidad humana, llevándonos a rechazar todo lo que nos incomoda, incluso la vida misma. Un ejemplo de ello es la mentalidad que justifica el aborto como un “derecho”, destruyendo así la base antropológica del hombre y de la familia.


Recuperar el Verdadero Sentido de la Amistad

La auténtica amistad nace de la apertura al conocimiento del otro, de la acogida sincera y transparente. Es esa relación que nos permite exclamar: “¡Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis 2, 23).

Hoy en día, vivimos una crisis emocional y afectiva. La falta de una educación integral en el amor ha generado una sociedad de relaciones “líquidas”, basadas en el deseo momentáneo y el relativismo. El miedo a ser heridos nos lleva a preferir relaciones virtuales, evitando el contacto real, las miradas sinceras y el compromiso profundo.

Frente a esta crisis, la antropología cristiana nos recuerda que toda persona está llamada a una vocación de amor que integra lo biológico, lo psico-afectivo, lo social y lo espiritual.

El papa Benedicto XVI nos advierte:“El hombre posee una naturaleza que debe respetar y que no puede manipular a su antojo. La naturaleza humana consiste en amar.”

Amar es ser vulnerable, es perdonar setenta veces siete, es poner la otra mejilla, es hacerse cargo del prójimo como el buen samaritano, es tocar al leproso sin miedo al rechazo, es mirar con misericordia a quien nos traiciona y es dar la vida y decir: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’.

El Amor como Camino a la Santidad

C.S. Lewis nos da una advertencia sobre el amor egoísta:
“Si quieres proteger tu corazón del sufrimiento, no lo des a nadie. Evita todo compromiso, enciérralo bajo llave en el ataúd de tu egoísmo. Pero en ese cofre, seguro, oscuro, inmóvil, sin aire, tu corazón no se romperá… se volverá irrompible, impenetrable e irredimible.”

El único lugar donde estar a salvo del amor es el infierno. Los amores más desordenados pueden ser menos contrarios a la voluntad de Dios que la falta de amor voluntaria, esa que nos aísla y endurece el corazón.

La verdadera amistad está basada en un amor superior al eros: el ágape, el amor incondicional de Dios.


Hace poco, conversando con una amiga, surgió una inquietud: ¿puede haber verdadera amistad cuando uno de los amigos prefiere no hablar de su pasado ni de su historia personal, pero sí desea vivir una relación sincera, espiritual, y profunda? Esta pregunta me llevó a repasar lo que grandes pensadores han dicho sobre el tema.

Aristóteles y la virtud compartida

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles distingue tres tipos de amistad: la de placer, la de utilidad y la de virtud. Solo esta última, la más alta, se da entre personas que buscan el bien del otro por quien es, y no por lo que da. Esta amistad se edifica sobre el conocimiento mutuo, la confianza y la vida compartida. Pero Aristóteles también enseña que no toda reciprocidad se da en el mismo modo: cada persona aporta a la amistad según su modo de ser, mientras haya equilibrio y sinceridad.

Jesús: el amigo que se entrega

El Evangelio nos muestra a Jesús diciendo: “Ya no los llamo siervos… los llamo amigos” (Jn 15,15). La amistad que Jesús ofrece es un don gratuito, que no exige igualdad perfecta en la respuesta, pero sí una apertura del corazón. Jesús amó a sus amigos incluso cuando ellos lo negaron o no lo comprendieron. Esto nos enseña que la amistad cristiana nace del amor primero, se sostiene en la entrega, y se orienta hacia una comunión más allá de las palabras.

Lewis y el caminar juntos hacia una meta común

Hay una imagen que me parece profundamente verdadera: la amistad no consiste en mirarse mutuamente, sino en mirar juntos hacia una misma meta. C. S. Lewis lo expresa así: “Los amantes se miran cara a cara; los amigos, hombro con hombro, mirando en la misma dirección”. Y si esa dirección es Dios, entonces la amistad se convierte en camino de santificación mutua.

No hace falta desnudar el alma para ser amigo verdadero. Basta con compartir el amor a la verdad, a la virtud, a Cristo. Se puede ser amigo sin contar todo el pasado, si se camina con sinceridad, si se reza juntos, si se reflexiona, si se alimenta la caridad. Es lo que enseñan san Basilio y san Gregorio Nacianceno: que la amistad cristiana es una conspiratio, un respirar juntos en el Espíritu.

Elredo de Rieval y el alma del amigo

Elredo, en su tratado La amistad espiritual, recuerda que el alma del amigo es un misterio sagrado: no se debe invadir, sino invitar con respeto. La confianza no se impone, se cultiva. La verdadera amistad sabe esperar, acoger, y callar cuando hace falta. Pero también sabe proponer: mostrar al otro que compartir algo del propio interior no es una carga, sino un regalo.

Señor, ayúdanos a asumir el compromiso y los riesgos de la verdadera amistad, porque nunca es tarde para encontrar amigos que nos ayuden a acercarnos a Ti.