“En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: ‘Si tú quieres, puedes curarme’. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: ‘¡Sí quiero: sana!’ Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio”. (Marcos 1, 40-45)
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: ‘No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés’. Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús ya no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.”
El Papa Francisco nos recuerda que este leproso no se resigna ni ante la enfermedad ni ante las disposiciones que lo excluyen. Para llegar a Jesús, no teme quebrantar la ley y entra en la ciudad —algo que le estaba prohibido—, y al encontrarlo, “se echó rostro en tierra y le rogó diciendo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’” (Lc 5, 12).
Todo lo que hace y dice este hombre, considerado impuro, es expresión de su fe. Reconoce el poder de Jesús, está seguro de que puede curarlo y que todo depende de su voluntad. Su fe es la fuerza que lo impulsa a romper las normas y buscar el encuentro con Jesús. Postrándose ante Él, lo llama “Señor”.
El Papa Francisco nos dice:
La súplica del leproso muestra que cuando nos presentamos a Jesús no es necesario hacer largos discursos. Son suficientes pocas palabras, siempre que vayan acompañadas de una plena confianza en su omnipotencia y en su bondad. Confiar en la voluntad de Dios significa, en efecto, situarnos ante su infinita misericordia.” (Audiencia general, 22 de junio de 2016).
La misericordia de Jesús se manifiesta llevando la Buena Nueva a las familias más aisladas, donde hay enfermedades y toda clase de desdichas que conducen al rechazo social. Muchas veces, el pecado nos obliga a vivir apartados de los demás, destruyendo nuestras relaciones y haciéndonos sentir impuros.
Sin embargo, Jesús toca nuestra impureza sin temor a contagiarse. No se preocupa por la impureza legal ni por las normas que excluyen. Lo más importante no es solo la curación física, sino que este leproso sale de su aislamiento y puede volver a relacionarse con los demás.
La Buena Nueva no se queda en palabras; donde se recibe, ya no hay personas desoladas.
Dios se acerca a nosotros para mostrarnos su compasión y ternura.
