“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará.” (Marcos 8, 34-35).

La palabra Cristo, en griego, tiene el mismo significado que Mesías en hebreo. Ambas expresan “el que ha sido consagrado por Dios”.

Jesús, el Consagrado, se expone a la fragilidad humana para dejarnos un modelo de lo que debemos aspirar a ser: una entrega total, una renuncia sin límites, una donación plena y un amor puro.

En la Eucaristía, contemplamos esa fragilidad divina: Dios se deja tocar, se deja comer, se entrega sin reservas. Y a eso estamos llamados nosotros.

El Mesías que nadie esperaba

En tiempos de Jesús, y aún hoy, el pueblo tenía una idea equivocada sobre el Mesías. Esperaban un líder que resolviera los problemas de la nación, especialmente la ocupación romana. Imaginaban un rey victorioso que restauraría el poder del pueblo elegido.

Pero la profecía de Daniel 7,13 hablaba de un “Hijo de Hombre” que recibiría un dominio eterno sobre todas las naciones. Ellos pensaban en un poder terreno, pero Jesús nos enseña que el verdadero consagrado debe sufrir.

El destino de quienes vienen a salvar es el sacrificio.

“El Hijo del Hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.” (Lucas 9,22)

Jesús nos revela que el camino del Mesías pasa por la cruz. El que proclama la verdad será rechazado. El que ama, se entrega. El que salva, se sacrifica.


El Precio de Seguir a Cristo

Jesús no habla solo a sus discípulos, sino a todos nosotros: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.” (Lucas 17,33).

Esto significa que el que se aferra a su seguridad, la perderá. El que quiere proteger su comodidad, su bienestar y su vida sin riesgos, terminará vacío. Pero el que renuncia a todo por amor, encontrará la verdadera vida.

Seguir a Cristo no es asegurar nuestro futuro con éxito y bienestar, sino arriesgarlo todo por lo que realmente vale la pena: el amor, el don de sí mismo y la entrega sin reservas.“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.” (Juan 12,24).

El sacrificio de sí mismo no es una pérdida sin sentido. Es el camino a la verdadera plenitud.


La Fe que exige elecciones concretas

El Papa Francisco nos recuerda:
“La profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios y del prójimo.” (Ángelus, 16 de septiembre de 2018)

Jesús nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirlo. No se trata de resignarnos pasivamente al sufrimiento, sino de aceptar la cruz como un acto de amor.

Cada día, Dios nos propone pequeños sacrificios:
✔ Amar cuando no nos aman.
✔ Perdonar cuando nos han herido.
✔ Dar sin esperar nada a cambio.
✔ Elegir la verdad aunque nos cueste rechazo.

Cuando aceptamos la cruz con amor, nuestra vida cobra sentido y Dios la transforma en algo mucho más grande.

“Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por mí y por el Evangelio dejará de recibir el ciento por uno, ahora en este tiempo… y en el mundo futuro, la vida eterna.” (Marcos 10,30).


“Y Ustedes, ¿Quién Dicen que Soy?”

Jesús nos interpela con la misma pregunta que hizo a sus discípulos.

Nuestra respuesta no puede ser solo teórica. Debe reflejarse en nuestra vida.

Si creemos que Jesús es el Mesías, el Consagrado, el que dio su vida por amor, entonces seguiremos su camino, abrazaremos nuestra cruz y nos convertiremos en testigos de su amor.

Señor, enséñanos a perder nuestra vida por amor, para encontrar en Ti la plenitud.