“Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: ‘Está escrito que el Mesías tenía que padecer y resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se predicará a todas las naciones la conversión y el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto.” (Lucas 24, 45-48).
San Lucas destaca dos temas principales en las enseñanzas de Jesús resucitado:
- El Salvador tenía que padecer y sufrir.
- Los apóstoles debían predicar la conversión en su nombre.
El primer tema se presenta en el encuentro con los discípulos de Emaús, y el segundo, en el encuentro con los apóstoles.
Jesús da una gran importancia a los textos del Antiguo Testamento, pues considera que son fundamentales para comprender lo que está ocurriendo. Aquellos que serían los pilares de nuestra fe necesitaban entender el Evangelio desde el lenguaje de la Escritura, ya que el Antiguo Testamento formaba parte de su cultura y pensamiento.
La experiencia cristiana nos enseña que la verdadera sabiduría de la Escritura se adquiere cuando uno se familiariza con ella. A diferencia de lo que muchos creen, esta sabiduría no está reservada solo a intelectuales ni requiere conocimientos previos, sino que ante todo es necesaria la convicción de fe.
Es un camino de perseverancia: leer con meditación, buscar orientación y aprender de quienes pueden ayudarnos. Si sabemos pedir y llamar a la puerta, Dios mismo hará brotar en nosotros la fuente de su sabiduría.
“Ustedes son testigos de esto”
Ser testigos significa invitar a la conversión.
Jesús hace de sus apóstoles los testigos oficiales de su Evangelio. La conversión cristiana no es simplemente cambiar de un grupo a otro o adoptar nuevas costumbres. Es una transformación profunda del corazón y de la persona.
Pero la conversión no es solo individual. Las personas forman parte de una sociedad, de un mundo y de una historia. Por eso, la predicación no se limita a anunciar a Cristo Salvador, sino que también busca educar a las naciones para que descubran el plan de Dios para la humanidad.
Como discípulos de Jesús, estamos llamados a ser testigos de su resurrección con nuestra vida, con nuestras palabras y con nuestro testimonio de fe.
