“Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: ‘¡Silencio, enmudece!’. El viento cesó y vino una gran calma. Luego les dijo: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?” (Marcos 4, 39-40).

Hoy podemos preguntarnos: ¿cuáles son los vientos que sacuden mi vida? ¿Cuáles son esas olas que obstaculizan mi camino y ponen en peligro mi vida espiritual, mi familia, mi paz interior?

Este es el punto de partida de nuestra fe: reconocer que no podemos sostenernos solos, que necesitamos a Jesús tanto como los marineros necesitan las estrellas para orientarse. La fe comienza cuando aceptamos que no bastamos por nosotros mismos, cuando sentimos la necesidad de Dios.

Muchas veces caemos en la tentación de encerrarnos en nuestros problemas, de pensar que debemos enfrentar todo con nuestras propias fuerzas. También podemos caer en una falsa religiosidad que solo busca a Dios cuando es conveniente o cuando la desesperación nos abruma.

Pero cuando, en medio de la tormenta, le gritamos al Señor, Él obra maravillas en nosotros. La oración tiene una fuerza extraordinaria: es capaz de calmar los vientos y las olas de nuestra vida.

Jesús, implorado por los discípulos, calma la tormenta y les hace una pregunta que también nos desafía hoy: “¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?” (Marcos 4, 40).

Los discípulos dejaron que el miedo dominara su mirada. Se enfocaron en las olas, en la tormenta, en la oscuridad, y olvidaron mirar a Jesús.

Nosotros también caemos en lo mismo: vemos nuestros problemas más grandes que Dios. Nos dejamos absorber por la angustia, por las dificultades, por lo que parece imposible, en vez de mirar al Señor y confiar en Él.

¿Cuántas veces dejamos a Jesús en el fondo de la barca de nuestra vida?
Lo mantenemos a un lado, sin prestarle atención, y solo lo despertamos cuando estamos en crisis.


El Papa Francisco nos recuerda:
Pidamos hoy la gracia de una fe que no se canse de buscar al Señor, de llamar a la puerta de su Corazón.”

Jesús está con nosotros en cada tormenta. Puede parecer que duerme, que está en silencio, que no responde, pero Él nunca nos abandona.

Hoy, en medio de cualquier dificultad que estés viviendo, abre tu corazón a Dios. Deja que Él calme las tormentas de tu vida y llene tu alma con su paz.